martes, 9 de abril de 2024

EL DILEMA DE LA IZQUIERDA

 


En estos tiempos donde la crisis política, engendrada dentro del marco de una avanzada tecnologización de la industria y el comercio, la globalización de las relaciones humanas, donde las sociedades no logran aún adaptarse a estos cambios radicales, el espectro político tiende a polarizarse drásticamente; creando la ilusión de que solo existen la extrema derecha y la extrema izquierda, como enemigos mortales, donde la existencia de uno depende de la eliminación del otro.

Este tipo de política solo tiende a provocar el desgarramiento del tejido social, con un daño trasversal no solo a las instituciones políticas del estado, sino que alcanza a la economía del país, afectando las relaciones laborales, comerciales, las posibilidades de inversión, la disposición de los servicios públicos, etc.

Para tratar de interpretar la situación política, debemos primero poner en claro ciertas definiciones.

Desde finales del siglo XIX, con la revolución francesa que derrocó a la monarquía absoluta de Luis XVI, surgieron dos bandos políticos, jacobinos y girondinos, los jacobinos defendían la idea de una república representativa ciudadana, lo cual significaba un cambio revolucionario para la época, mientras los girondinos defendían la idea de una monarquía constitucional, es decir continuar conservando la figura monárquica; cuando se reunió la asamblea de representantes, como parlamento, los jacobinos se agruparon a la izquierda de la mesa directiva, mientras los girondinos tomaron los puestos a la derecha del mismo, de tal configuración se viene usando, hasta la actualidad, la denominación de izquierda para los movimientos políticos que proponen el cambio del status quo y derecha para aquellos que proponen conservarlo; en otros términos, revolucionarios y conservadores.

Es necesario, en estos tiempos, poner en claro esto, porque no es imprescindible ser comunista, socialista, marxista – leninista, para ser de izquierda, ni tampoco basta con autodefinirse en estos términos para automáticamente legitimarse como una fuerza de izquierda.

A partir de esta polarización, que está durando varias décadas, en un escenario donde los dos extremos más recalcitrantes de la política tratan de copar las instituciones del estado y legitimarse ante la población, surge un grupo, mayormente profesionales e intelectuales, tanto de derecha como de izquierda, que tratan de alejarse de sus extremos; así nace un nuevo título para denigrar al desleal: los “caviares”, los cuales, por obvias razones son blanco de ataque desde ambas trincheras, sin dejar de subrayar que aún dentro de estos tienen marcadas diferencias entre los “caviares” de derecha y los “caviares” de izquierda, que no se han planteado resolver; ultimadamente, ”caviar” resulta siendo solo una etiqueta más para desacreditar al que no piensa como yo; a partir de este reconocimiento, no se puede plantear a la “caviarada” como una opción de centro, puesto que resultan siendo solamente los rechazados desde uno de ambos extremos, pero que finalmente no tienen nada en común.

El dilema de la izquierda ha sido siempre plantearse la unidad, desde la década de los 70’s en que los partidos comunistas empezaron a subdividirse, surgieron una veintena de organizaciones, disputándose cada una, acerca de poseer la “línea política correcta”; con el advenimiento del siglo XXI y la era global, la insistencia en crear partidos de masas, embarcados en una lucha de clases, cuyas fronteras y definiciones se han difuminado, les ha impedido adaptarse a los drásticos cambios sociales que se han producido, impidiéndoles conectarse con las necesidades de la mayoría ciudadana y por tanto plantear soluciones viables a la crisis política que estamos viviendo.

La izquierda, entendida como aquellas fuerzas organizadas que enfocan su lucha por el cambio de estructuras en favor de las mayorías desplazadas social y económicamente, puede tener muchas variantes, que van a formarse desde diferentes enfoques y puntos de vista, los cuales deberán pasar por el tamiz de la opinión pública para legitimarse, solo a partir de entonces estas corrientes podrán encontrar las suficientes coincidencias para unificar esfuerzos en sus luchas.

Las alianzas forzadas por angustias electorales, son efímeras y acaban en traiciones y decepciones; no basta declararse públicamente de izquierda, ponerse el nombre de revolucionario, imprimir idearios marxistas-leninistas, para legitimarse como una fuerza de izquierda, son los actos los que hablan mejor que las palabras.

La extrema derecha etiqueta a todos sus opositores como comunistas, terroristas, y la extrema izquierda generaliza etiquetando a sus opositores como burgueses neoliberalistas explotadores o revisionistas.

Lo que las partes más racionales de ambos bandos, tienen que entender, es que pertenecen a un mismo espectro político dentro de una sociedad que pretende vivir en democracia; son dos caras de la misma moneda, que se necesitan una de otra para sobrevivir, y que es imprescindible crear los espacios donde los más coherentes representantes de cada lado puedan debatir sus diferencias y someterse al escrutinio público, de eso se trata a fin de cuentas la democracia.

Y si la izquierda quiere auténticamente un cambio, hay que empezar por romper con este ambiente político altamente polarizado, buscar, y si no se encuentran, crear y legitimar interlocutores válidos en el lado opuesto para construir una opción democrática responsable, para tener una posibilidad de enfrentar la crisis que amenaza con destruir totalmente la institucionalidad del estado.

Finalmente, la crisis política es una crisis de representación, con la desarticulación de los partidos políticos, ante su falta de flexibilidad para adaptarse a una realidad más compleja como la creada por la globalización, se convierten en cascarones electorales, vacíos de ideología, y sus lideres se convierten en bribones oportunistas, que utilizan los cargos públicos para su propio enriquecimiento y en favor a sus intereses particulares.

En este marco histórico, el cambio constitucional, forjando un nuevo pacto social, donde las reglas electorales empoderen la voluntad ciudadana, antes que, a organizaciones políticas espurias y a falsos líderes, se convierte en un plan fundamental a ser levantado por las fuerzas que demandan el cambio.

 

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