Nuestra democracia adolece de dos serias limitaciones en el campo de la representación; el sistema electoral otorga una gran cuota de poder a los partidos, de manera que ningún candidato puede postularse sin el respaldo de un partido, lo que genera que los “dueños” de los mismos den prioridad en la lista a sus más allegados o los que pueden contribuir mejor a sus intereses.
La peor consecuencia de ello es que salen elegidos no
las mejores personas, sino los que son más dóciles a los fines particulares del
partido, muchos salen electos no por una votación personal, sino por el
arrastre del candidato presidencial, incluso algunos de ellos son elegidos en su jurisdicción pese a que
obtuvieron menor votación que alguno de sus contrincantes, gracias a una cifra
repartidora que pone en ventaja a los partidos que obtienen mejor votación a
nivel nacional; esto explica en buena parte la calidad de congresistas que
tenemos, muchos de los cuales sería inútil pedirles actuar con inteligencia,
pero al menos deberíamos exigir un poco de decencia y honor.
Una segunda debilidad de que adolece el sistema es que
los llamados representantes, no lo son realmente, porque no tienen la real representación
de las necesidades y opiniones de sus electores, lo que reciben tras el voto
ciudadano es una delegación de poderes para tomar decisiones en nombre de esos
electores, es como si aceptáramos que el ciudadano por sí mismo no tiene la
capacidad de decidir acerca de su propio bienestar, lo que hace necesario que elijamos
a alguien que si tiene la capacidad de saber que es lo mejor para nosotros;
como hacen los padres con sus hijos, ¿será por eso que les llaman “los padres
de la patria”? sin embargo lo que usualmente hacen es usar ese poder adquirido
para satisfacer intereses personales o de grupo; no existe un control ciudadano
sobre sus comportamientos, más aún están protegidos por la inmunidad de sus
cargos.
Los cambios sociales que han ido produciéndose desde
la última década del siglo XX con la globalización, han relativizado las clases
sociales tal como fueron definidas en ese siglo, tales que eran representadas
por los partidos tradicionales; la sociedad del siglo XXI presenta un reto que
estos no han podido recoger; sin el sustento de una ideología, convertida en
doctrina la cual servía de aglutinador de las huestes de militantes y
simpatizantes, se quedaron sin la herramienta que logre conectarlos con la realidad social
actual para conseguir adherencias, lo que los ha convertido en prácticos clubes
sociales, que se activan únicamente para los periodos electorales, como
vientres de alquiler, con la finalidad de conseguir alguna cuota de poder en
estructura del Estado.
Uno de los cambios urgentes que necesitamos para recuperar
el poder de nuestra democracia y salir del circulo vicioso que nos tiene
empantanados en estas luchas por el poder que se dan entre las diferentes
mafias de corruptos, es desempoderar a los partidos de su preeminencia dentro
del sistema electoral, permitir que cada ciudadano tenga la oportunidad de
postularse dentro de su comunidad, sin tener que someterse o afiliarse a las
exigencias de un partido, simplemente conseguir cierta cantidad de firmas en su
área y los votos necesarios en unas primarias; cada representante puede tener
afiliación o ser simpatizante de cualquier partido, pero eso no determina su
candidatura.
Entendamos que no se trata de llegar a la figura de un
partido único, ni de prohibir la existencia de partidos políticos, estos seguirán
existiendo, pero no serán determinantes en la elección de representantes; una
forma de eliminar la dependencia de los candidatos a las determinaciones de los
jefes de un partido, de manera que su elección signifique un servicio a la
patria que los eligió y no al partido que los postulo.
Esta forma de elección debería ir acompañada de un
sistema que relacione al representante directamente con sus electores; comprendiendo
que si se trata de elegir 130 representantes, como los hay actualmente, debemos
tener igual número de distritos electorales, de manera que las regiones tengan
tantos distritos como corresponda a su población, y en tanto cada distrito
elija su representante, será oportunidad para que lo conozca más cercanamente y
pueda ejecutar los mecanismos de control necesarios sobre su gestión.
La otra gran falla de nuestro sistema democrático es,
como lo explique, que nos impone un régimen inverso; el significado etimológico
de la democracia es “gobierno del pueblo” pero en la actualidad lo que hacemos
es delegar todo el poder en una elite que hace uso de ella desligándose de la
fuente de donde emana su poder, con el privilegio de no tener obligación de dar
cuenta a nadie erigiéndose como soberanos de los destinos del país.
El enlace entre el representante y sus electores debe
convertirse en mandatorio, además de estar sujeto a fiscalización permanente;
lo que significa que el representante elegido no actúa por si, no tiene voto de
conciencia, ni opinión relevante más allá de lo que sus electores, a quienes
representa, le faculten.
Cada voto en el congreso, por lo menos cada proyecto
de ley tendría que ser difundido y debatido en sus bases para luego remitir el
mandato aprobatorio o desaprobatorio por medio de su representante; nada
imposible, ni siquiera demasiado complicado en el mundo digitalizado que hoy
vivimos.
Un nuevo tipo de organizaciones políticas se hace
necesario, como respuesta a las innovaciones que con la globalización han
emergido trasformando las sociedades humanas en el mundo entero.
La muerte de las ideologías, que dominaron el espectro
político el siglo pasado, atravesó la estructura de los partidos existentes,
circunstancia que abrió las puertas para que sean infiltrados por personajes
arribistas que solo pretenden ocupar puestos desde los cuales puedan
usufructuar las arcas del Estado en provecho propio.
Estas nuevas organizaciones políticas necesitan
mostrar una estructura menos ortodoxa, con una militancia que acoja la
diversidad; descentralizada, que permita diferentes grados de autonomía en sus
bases; capaz de representar las necesidades de cada sector y el respeto de sus
derechos.
Estas son las claves necesarias para sentar las bases
de todos los cambios que urgen en el país, desde estos cimientos se puede
lograr la modernización y la universalidad de la educación, la ampliación de
los servicios de salud, así como la promoción de nuestra economía a los
primeros lugares en América.
Cambios cuya ejecución exige un cambio radical en
nuestra constitución; la cual debería centrarse en el modo en que se toman las
decisiones, antes de que los temas específicos de cada sector, los cuales
pueden ser discutidos por los representantes para convertirlos en leyes.
El cambio de constitución requiere de una asamblea
constituyente, pero nos volvemos a trabar si pretendemos formar esta dentro del
sistema político existente, tendremos otro esperpento político tal como
consecutivamente los hemos tenido en el congreso; es imperativo que se inicie
el cambio del sistema electoral con esta nueva asamblea y no caigamos nuevamente
en el mismo circulo vicioso en el que nos tienen atados desde el inicio de la
era republicana.