Después de los ensayos estatizadores de la década del 70, la contrarrevolución neoliberal revirtió todas las experiencias previas, al extremo de quedar proscrita toda intervención del estado en el mercado.
La justificación partía de
la excesiva burocratización en que cayeron muchas empresas estatales, lo que
les puso en desventaja en el mercado, como consecuencia de tal generaban continuas
perdidas que tenían que ser cubiertas por el presupuesto público; además de
que, por la misma razón, los servicios que prestaban eran deficientes.
Por otro lado, la empresa
privada, motivada exclusivamente por lucro, supuestamente se ajusta a las
exigencias del mercado y enfrenta la competencia del rubro, lo cual
garantizaría su eficiencia, sin la cual se disuelve todo emprendimiento, ya que
nadie puede financiar a largo plazo una empresa que fracasa.
A consecuencia de la
aplicación de estos principios, lo que ha sucedido es que la empresa privada ha
aprovechado su ventaja copando los sectores esenciales de la economía nacional,
con el objetivo de abusar al extremo la ventaja de su posición, abriendo una
extensa brecha en su presupuesto costo – beneficio, a costa, en primer lugar,
de los trabajadores bajo su responsabilidad, reduciendo salarios y beneficios
laborales para explotar la mano de obra, y segundo, rebajando la calidad de los
servicios prestados, en detrimento de la debida satisfacción de las necesidades
de la sociedad a la que se deben.
Por principio debemos hacer
notar que definir las actividades del estado constitucionalmente resulta inapropiado;
tal como anota Beatriz Von Loebenstein en su tesis “Estado y Mercado en las
Empresas Públicas” ante la Universidad de Chile: “Las funciones que comprende y asume el Estado
varían según la época, los intereses y las necesidades de la sociedad. De esta
forma, el Estado evoluciona, se transforma y asume nuevas tareas a la vez que
renuncia a otras. Por lo tanto, “la enumeración a priori de finalidades
específicas del Estado que determinasen exclusivamente su actuación, como
alguna vez se ha intentado, es absurda” La determinación de las finalidades del
Estado se hará en estricta relación con la concepción que se tenga del mismo,
de las atribuciones que se le quieran entregar y de la forma en que se
distribuyan las tareas entre los distintos poderes del Estado y entre éstos y
los ciudadanos”.
Estamos convencidos de que la historia de las
sociedades evoluciona, pero además sabemos que las circunstancias de cada país,
de cada región en determinados momentos requieren distintos tipos de acciones, no
es sensato atar las manos del estado desde una constitución, que debe regir
largo plazo, impidiendo de esta manera que pueda reaccionar a las situaciones
políticas y otros escenarios que se puedan presentar.
La mayor parte de las constituciones latinoamericanas declaran
que el sistema económico del país es “una economía social de mercado”, pero en
sus acciones se quedan en el mercado, obviando lo social; en primer lugar,
relegando las funciones del estado a un rol subsidiario, donde solo puede
intervenir donde la empresa privada ha fracasado o donde esta no tiene interés
en invertir, lo que significa que la preeminencia esta en el campo del mercado,
no así en el bienestar de la población.
Se dictan leyes con la justificación de poner en
igualdad de condiciones a la empresa nacional y extranjera, y lo que en
realidad sucede, es que, debido a la cantidad de recursos que una trasnacional
posee, se pone en desventaja a lo nacional, lo que frecuentemente provoca la
asimilación por parte de la trasnacional; siendo que todo estado debería
considerar como asunto de seguridad nacional la independencia en materia de
recursos básicos, por motivos obvios.
Con el fin de darle seguridad a los inversionistas
extranjeros se elaboran contratos estipulando que pueden estar por encima de
las leyes nacionales; estableciendo exoneraciones tributarias que ningún
gobierno puede afectar, otorgando beneficios indebidos y estatus jurídicos especiales
para protegerlos.
Se enajena la propiedad de los recursos naturales y
servicios estratégicos en favor de la actividad privada, poniendo al estado
como representante de la nación en un plano subordinado.
En resumen, ceñir el rol que debe desempeñar el estado
en su función para el logro del bienestar ciudadano, es desconocer que este es
el representante de la sociedad en su conjunto, no solo de un sector
privilegiado de la misma.
No ignoramos las falencias que ha demostrado el estado
en muchos casos, administrando empresas públicas, las mismas se presentan
también en algunas empresas privadas, con menor frecuencia si hay que ser
honestos, pero no asumamos que es una recurrencia típica del estado, cuando este
ha demostrado que también puede ser exitoso en el campo empresarial.
La demonización del estado empresario, levanta la
figura aterrorizante de los gobiernos estatizadores y expropiadores que
surgieron a mediados del siglo pasado; sin embargo, tanto la expropiación
totalitaria, como la estatización generalizada, así como el control de precios
y de los medios financieros, son medidas inconcebibles en el mundo real de hoy.
Nos encontramos ante una función que tiene un mal
desempeño, así que, en lugar de abandonarla en otras manos, el deber tiene que
llevarnos a analizar la falla, para encontrar la solución más adecuada; cada nación
cuenta con equipos profesionales de alta calidad y recursos tecnológicos
suficientes para enfrentar una crisis administrativa; el punto de quiebre es
impulsar una voluntad política para ejecutarla.
Burocracia, corrupción e ineficiencia, son los tres fantasmas
que agobian al estado, los cuales están íntimamente ligados, la excesiva
burocracia provoca que en el afán de esquivarla se recurra a la corrupción y
ambas juntas generan ineficacia; por tanto, es necesario combatirlas
paralelamente.
La excesiva burocracia generalmente se atribuye a la
necesidad de los grupos políticos que acceden al gobierno de recompensar a sus
mas fieles partidarios, quienes trabajaron la campaña para ganar las
elecciones, con puestos de trabajo en el aparato estatal; una reducción de los
puestos considerados de confianza, así como estrictos procedimientos de
calificación para la contratación de personal, asegurando su idoneidad y
oportunidad, sería una buena barrera inicial para contener la expansión burocrática;
sin embargo debe exigirse una reingeniería de todo el sistema administrativo
del estado, invertir en sistemas tecnológicos de ultima generación, digitalizar
y consolidar las bases de datos de las distintas entidades y en los diferentes
niveles, de esta manera minimizar la mano de obra y proveer eficacia a las
distintas funciones que realiza; hay que abandonar la imagen del estado como la
fuente esencial de generación de empleos, la reingeniería de la estructura
institucional del estado implica poner a las personas más capacitadas en los
puestos donde son necesarios para lograr la mayor eficiencia; lo contrario significa
crear puestos de trabajo para recompensar servicios, copar instituciones e
inflar artificialmente la tasa de empleo.
La lucha contra corrupción, tratada como un mal endémico,
especialmente en los países del tercer mundo, se consolida, en primer lugar,
integrándola al sistema educativo desde los niveles básicos, así aseguramos una
generación que ha incorporado ciertos valores esenciales para la sociedad; en
segundo lugar, colectivizado las esferas de dirección, concentrar el poder en
un solo individuo es depositar toda la confianza de honestidad en una persona
que quizá no la merezca o que inviste debilidades que pueden ser explotadas por
terceros; mientras que las disposiciones sean tomadas por un conjunto de
individuos, el riesgo de corrupción será menor; tercero y definitivo, hay que
crear mecanismos de control ciudadano, en los diferentes niveles del aparato
estatal, si no empoderamos al ciudadano para que verifique el correcto
funcionamiento del estado que lo representa, estamos promoviendo un estado burocrático
donde un estamento de funcionarios tiene el poder, el tipo de poder que
corrompe.
Por último, podemos deducir que, si logramos
desburocratizar el estado y controlar la corrupción, tenemos el camino
despejado para construir una solida eficiencia en todas las operaciones propias
del aparato estatal; contamos con alta tecnología y equipo profesional
destacado para tal fin.
Teniendo un estado eficiente podemos descartar las
descalificaciones de los opositores al rol empresarial del mismo; el cual debe
dirigirse especialmente hacia los sectores productivos y de servicios que son
esenciales para su desempeño, sin desestimar la competencia que pueda ofrecer
el sector privado.
Hablamos de servicios como el de agua potable,
electricidad, gas, gasolina, comunicaciones, los cuales son tan esenciales para
la gobernabilidad, como la educación, la salud y la seguridad pública; todos
estos pueden ser provistos también por empresas privadas, pero es
responsabilidad del gobierno asegurar que por ninguna crisis empresarial o
situación de emergencia estos dejen de ser cubiertos; no se puede dejar exclusivamente
en manos de agentes particulares servicios que pueden crear un efecto
devastador en la sociedad.
Básicamente ningún estado debe estar limitado en sus
funciones cuya esencial finalidad es la de satisfacer el bienestar de la
población.
Hay que diferenciar algunos niveles en lo que se
refiere a los servicios que puede prestar el Estado, en primera línea están
aquellos que son definidos como derechos ciudadanos, que son de cumplimiento
obligatorio, que deben ser gratuitos y de cobertura universal, como la
educación, la salud y la seguridad pública; la etiqueta de gratuito se da
porque no se paga el servicio individualmente, pero sabemos que colectivamente
estos servicios son financiados por nuestros impuestos; en segunda línea están
aquellos servicios que son primordiales, que deben ser extensivos en la medida
de las posibilidades presupuestarias y que serán pagados individualmente por
cada consumidor, como son agua, desagüe, disposición de desperdicios,
electricidad, comunicaciones, alumbrado público, jardines, etc.; pero que no
serán empresas de lucro, el financiamiento de estas actividades debe tener en
cuenta un balance apropiado del costo – beneficio, de manera que se pueda brindar
un buen servicio con la menor carga para el beneficiario; la tercera línea está
compuesta por aquellas actividades donde el estado tenga una posición
privilegiada para invertir y la meta propuesta sea colectar, para el
presupuesto nacional, una mayor cantidad de fondos, a través del lucro
empresarial, lo cual revertirá en las obras de primera línea que son las más
esenciales.
Es importante recalcar que no se propone un monopolio
estatal, la empresa privada, en cualquiera de sus modalidades, puede competir,
quizá en espacios donde el estado no llega, proponiendo mejores servicios o con
beneficios adicionales etc.
En la primera línea de servicios el interés se centra
en la amplitud de la cobertura y la calidad de los servicios, los costos
estarán determinados por los fondos asignados en el presupuesto.
En la segunda línea es importante también alcanzar un
nivel de cobertura y calidad, pero la financiación debe autosostenerse con los
aportes mixtos del presupuesto público (impuestos) y los pagos que depositan
los consumidores.
Mientras que en la tercera línea los fondos son invertidos
enteramente por el presupuesto público y el interés esta centrado en la
capacidad de obtener un fructuoso margen de utilidades que revierta en provecho
de los representados.
En todas las líneas de trabajo la exigencia por la
eficiencia no debe relajarse, cuando los órganos de control comprueban que las
metas no se alcanzan, se reemplaza a los funcionarios responsables, porque si
se dejan pasar las fallas estas se reproducen e implicaran más espacios institucionales.
Recalcando, en todas las líneas de servicios es muy
importante la acción de los mecanismos de control ciudadano, paralelamente al
de las entidades de control propias del estado; la corrupción es actualmente
uno de las más grandes pandemias del capitalismo, si logramos minimizar su
maniobrar se alcanzarán los mayores logros.
El estado, como representante de su ciudadanía, merece
la oportunidad de demostrar su capacidad de liderar empresa, en particular
aquellas que afectan directamente al bienestar de su población.